31 mayo 2011

Onírico

Parecía tener cristales delante de sus ojos, no estoy seguro si eran lágrimas o un maldito espejo que no la dejaba ver. Su piel era suave, muy suave, tan suave que podía deslizarse fácilmente por mis brazos, o peor, mi cuello.
Me tenía atrapado, tenía aquel poder que tiene un ser humano al jalar del gatillo. Se deslizó por mi cuello, me mordió de manera muy sensual y luego me asfixio lentamente, sus cristales empezaban a confundir más y más entre lágrimas y espejos. Yo perdía el aire, solo quería estar en un lugar mejor con ella. Ya empezaba a extrañarla, a pesar de que la tenía junto a mí. El veneno corrió, debilitando cada parte de mi cuerpo. Y ahí fue cuando la vi, su piel ya no era tan suave como la veía y sentía, sacudía la lengua con mucho orgullo y no parecían importarle mis sentimientos. Y sus ojos, sus ojos, los que antes veía como bellos cristales, eran ojos de serpiente.
Ya nada parecía tener sentido. ¿Como podía ser capaz de verla en esa forma y aspecto?
De pronto todo se hizo blanco, una hoja nueva, llena de espacios, huecos, soledad, frío y vacío, un lugar sin etiquetas. Todos eran libres y decían ser felices con su supuesta libertad. A un costado había un árbol y luego una puerta de salida. Pero alguien me llamo desde aquel árbol, pero esta vez parecía ser una inofensiva serpiente que solo invitaba a probar una manzana de color carmín, como sus labios, imagen que quedo grabada en mi mente. Yo casi sin dudar, acepte su fruto, no parecía ser algo malo, no después de todo lo que me había pasado, y al morder, sentí el vacío correr como un jugo por todo mi cuerpo.

Ni un fin, ni una despedida.
Hasta pronto y gracias por todo.

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